Por JUAN CARLOS ARIAS, Ecritor y detective.
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Muchos lectores que llegan hasta aquí reiteraron ante sus ojos la oferta para donar sangre, hemoderivados, tejidos u órganos el acto solidario que entraña y las vidas que se salvan. Los españoles, además, debemos orgullo a la ONT (Organización Nacional de Trasplantes) que nos hace líderes mundiales en donantes y trasplantes de órganos gracias a una coordinación impecable y el oficio de su fundador, Dr. Matesanz.
Pero para explicar por qué algunos donamos sangre conviene detallar experiencias personales que justifican ese oficioso mandato cívico de ayudar al prójimo desinteresadamente. Para el empeño conviene recordar lo que escribiera Antonio Machado (‘sobre asuntos importantes no se puede ser neutral’). Donar sangre, algo factible entre 18 y los 65 años, es imperioso además de importante pues ni se fabrica o clona.
Tan preciado líquido humano, en hospitales y bancos, no se obtiene de ningún otro modo de no ser donado por un congénere. Aunque la ciencia lo intenta, repetimos que no existe sangre artificial. Los déficits de hemoderivados sólo pueden esquivarse con donantes frecuentes, siendo la suma de 4 donaciones al año lo establecido para hombres y 3 para mujeres.
Sin más preámbulo explicará el firmante por qué es donante, lo fue y será hasta que su salud y edad lo permitan. Corría 1977, cuando contaba 17 años. Un amigo de los que difícilmente se encuentran ahora sufrió grave accidente de tráfico. Fue atropellado por un insensato. Tras ser conducido en ambulancia hasta un hospital se desangró en el quirófano. Su grupo sanguíneo era minoritario. Nunca llegaron las bolsas de una vida que se perdió tan injustamente. La impotencia de su familia, personal médico que lo atendió y sus amigos se transformó en una rabia que se llevó por delante una vida temprana.
El imborrable recuerdo del amigo, ocurrente, bromista, listo y siempre compañero… se asoció en la mente de sus incondicionales con el funeral de una vida demasiado corta. Este servidor ante aquella ausencia se prometió con la mayoría edad que además de estrenar voto sería donante de sangre. A los 18 años fue el primer pinchazo (que no duele, por cierto) para dar vidas.
Aquellos años, finales de los setenta, regalar sangre era puro voluntarismo. Ser de la Cruz Roja juvenil lo maridó con ser donante. Militancia e n dos bandos. Un bocata reparaba el esfuerzo de la donación. Pero aquel icono del amigo muerto gritaba ayuda para que no se repitiera su tragedia en otros seres. Era una pesadilla con final feliz donar sangre. Donar era soñar para jamás muriera nadie más desangrado.
Transcurridos casi 40 años, la cita para donar es ritual. Es un compromiso del subconsciente, del más allá si se permite, para que nadie se quede sin sangre cuando la necesite. Tras conocer a otros donantes uno se percata que no está sólo en tan noble empeño. Hay gentes de toda clase y condición. El humano se iguala por bondades más que maldades.
Un mal momento sucedió, lustros después de enterrar al inolvidable amigo. En la cola del examen médico previo a donar una veinteañera salió llorando, impotente, de la consulta. De inmediato pregunté a la doctora si tenía problemas quien me precedía. Me respondió que no. Sólo le informó que no podía donar: pesaba menos de 50 kilos. Aquella mañana recordé llantos propios por aquel amigo muerto huérfano de sangre ajena. Aquella chica lloraba por no poder regalar parte de su vida para los demás.
La experiencia de donar sangre es indolora, inocua y rarísimamente trae con secuencias. De existir se remedan fácilmente en el punto de donación, que siempre lo atienden sanitarios experimentados. Además, controles y asepsia son estrictos. Los fantasmas que circulan sobre tan generoso acto son infundados. Ningún científico demostró que ocurra percance alguno tras desprendernos de medio litro de sangre de los casi 6 que circulan por venas y arterias.
El panorama descrito comparte invitación a donar sangre. Es imprescindible para salvar vidas, para convertirse en anónimo pero esencial héroe cívico. Para cualquiera es una opción, para el firmante imperativo. Se lo pide un amigo desde el más allá. Responderle desde estas líneas es un orgullo, y un deber.
No quería terminar sin agradecer voluntariado, profesionales de centros de donación y unidades móviles, médicos y enfermeras de la sanidad pública y Cruz Roja. A ellos mi gratitud. Su humanidad y vocación sustancian ser donante hasta que el cuerpo aguante. Sin estas buenas personas, otros héroes in visibles, moriríamos más humanos en un planeta donde sobran problemas y falta sangre. ¡Ánimo a los indecisos!. Donar sangre es un granito de arena que nos hace grandes.